DESBLOQUEA TU ESCRITURA - EJERCICIO NO. 3 - LAS MEJILLAS DEL DIABLO
LAS MEJILLAS DEL DIABLO
Cuando
Alejandro Farnesio
De Todos Los Santos y Marigay decidió ponerse aquellas mejillas
postizas no sabía que serían su perdición.
Acudió
a la madrileña clínica del doctor González para arreglar su más
que perfecta cara, buscando un último añadido que completase su
belleza sin igual. El médico, después de observar fascinado el
trabajo tan meticuloso que habían llevado a cabo sobre su faz,
decidió que había llegado el momento de rematar aquella obra de
arte y ofrecerle unas mejillas, su gran creación, su especialidad.
Alejandro, que era hombre práctico y de ver resultados antes que
nada, pidió que le enseñarán fotografías de tan excelso arte. El
doctor González, encantado, le mostró tantas imágenes y tan
perfectas como pudo. Alejandro
Farnesio
De Todos Los Santos y Marigay, fascinado por lo que veía, decidió
ponerse las famosas mejillas postizas.
El
trabajo fue arduo y llevo varias horas de cirugía para completar
unas mejillas fabulosas que coronasen aquel rostro celestial. La
convalecencia fue lenta pues las mejillas dolían y Alejandro no era
hombre de mucha paciencia con el dolor pero finalmente llegó el día
de quitar las vendas. El doctor González, en persona, se encargó de
llevar a cabo la tarea y cuando acabó, no podía salir de su
estupefacción. Aquel rostro angelical estaba relleno de la ternura
de un querubín y la belleza de la Venus salida de entre las aguas.
No dijo ni una sola palabra, tan sólo formó una o con su boca. La
enfermera asistente estaba igual. Alejandro se empezó a preocupar y
preguntó si pasaba algo -- nada, nada, todo está perfecto -- le
tranquilizó el médico. Alejandro, sin embargo, pudo ver como el
especialista tenía una gota de sudor en su frente y como reprimía
un tic de su ojo. El doctor tragó saliva y le pidió apenas con un
hilo de voz que pasara por el mostrador para abonar el importe de la
operación. Mientras, el cirujano se quedó allí, solo, temblando,
con los hombros caídos.
Alejandro
volvió a su casa para descansar un buen número de horas y así
estar fresco y radiante para la oficina al día siguiente. Su pareja
le recibió y se quedó completamente estática en el arco de la
puerta, mirándole. Después le sonrió y le invitó a pasar. Aquella
noche hicieron el amor con renovados bríos pero… ocurrió algo
más. Una vez se quedaron dormidos, Alejandro sintió como un lametón
en su cara. No le dio más importancia y continuó durmiendo. Sin
embargo, poco después sintió como un mordisquito y esta vez no pudo
obviarlo. Se levantó y le dio la luz. Vio que Marta estaba dormida
sobre un costado. Todo estaba normal. Fue al baño y se miró en el
espejo. Había marcas de dientes pequeños en su mejilla. Aturdido,
se dio la vuelta hacia la cama y entonces se encontró cara a cara
con su acompañante, que estaba con la boca abierta y los brazos
extendidos como en un intento de atraparlo -- déjame probarla otra
vez, cariño-- le decía a la vez que se dirigía hacia delante con
pasos cortos. Había baba cayendo de la comisura de sus labios.
Alejandro, que era hombre de asustarse cuando le intentaban morder,
se zafó y cogiendo sus pantalones huyó del piso. No sabiendo
exactamente a donde acudir, fue a la comisaría para denunciar el
ataque.
En
la casa de los policías, un hombre con aspecto normal y de mediana
estatura, con un gran bigote, le tomó declaración. Alejandro
describió los hechos con todo lujo de detalles mientras veía que su
interlocutor se volvía cada vez más pálido y un tic comenzaba a
aflorar en su ojo. Al ver esto, la víctima del mordisco paró su
discurso, observando la transformación. En ese momento, miró hacia
la puerta y vio que el guarda también lo miraba fijamente al tiempo
que levantaba las extremidades y se dirigía hacia el --déjame dar
un mordisco a esa cara de ángel, si, solo uno-- le dijo.
Comprendiendo la gravedad de la situación, Alejandro corrió
despavorido tratando de zafarse de todo el que lo hostigaba, con tan
mala suerte que fue a parar a la única celda abierta que quedaba y
allí le sitiaron. Gritó y maldijo a todos los que estaban allí
pero no le sirvió de nada. Lentamente, el círculo se cerró en
torno a él.
Alejandro
Farnesio
De Todos Los Santos y Marigay murió salvajemente mordisqueado por
los integrantes del cuerpo de policía número 58 de la madrileña
calle de Príncipe de Asturias debido a la extrema ternura y belleza
de sus pómulos sonrosados. Descanse en paz.
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