Sangre, sudor y lágrimas



SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS




Contemplar la mortalidad es duro.

La vemos como revolotea en los noticiarios, series, novelas que leemos como si se tratase de un ave extraña pero cuyo color negro reconocemos enseguida. Incluso hay quien se hace amigo de ella. Y cuando termina el trabajo se va hacia otros pastos donde la requieran.

Yo he asistido a las labores que la acompañan, en las que se despierta la consciencia sobre lo pasajero de todo esto, de ese mundo de ruido y confusión del que nos hablaba Shakespeare. No es para siempre. De la misma forma que vinimos, nos iremos y suele ocurrir que en los instantes precedentes, nos entra el ataque de muerte y melancolía, buscamos el calor que es, en definitiva, lo que quisimos sin descanso. Los seres queridos, en esta singladura, nos transformamos entonces en las moscas que sobrevuelan el desastre mientras la ropa se pega a la piel de tanto dar vueltas, las lociones que bajan las hinchazones son untadas y el país se desangra en pequeñas historias cotidianas a través de la caja tonta.

No exceptuemos la carne. Se consume en pequeños trozos de ansia, el mismo mosntruo con el que entramos por la puerta y se instaló hasta que la tormenta amaine. Pero no lo hace... Los que antes zumbaban, ahora se desinflan trás la columna, en la espiral de desesperación que su mente les reserva, tan negra que el mismo diablo no quiere mirarla y la pena los drena. No hay consuelo. El vivo se agarra al bocado y las quimeras de episodios donde aparecen otros mundos, muy lejos de allí o se cuentan las historias de hombres que pretenden ser mujeres que besan a otros hombres.

Y, sin embargo, ahí esta. La razón. La que produce monstruos. El ruido. Enjambres de pensamientos se desplazan a lo largo de la cavidad de ahí arriba y nos dejan que veamos a la reina, en la oscuridad, urdiendo. Hasta las arañas se van. Será que lo triste va a salvar el día. Rescatará la pizca de cordura que áun me queda. Por esto es que escribo. Observo la descomposición del momento y comprendo.

Puede que lo de antes sea lo único que tengamos y la muerte nos lo arrebata. No queda entonces de nosotros ni sangre ni sudor ni lágrimas.

       

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