LA LINEA HORIZONTAL
LA LINEA HORIZONTAL
Ayer Vera fue a visitar al medico por la manana. Se levanto a las 6, se preparo y se fue a coger el tren. Mientras iba montada en el tren (e incluso antes) iba pensando en las cosas que tenia que hacer durante el dia: la visita al medico, volver al centro y trabajar en la consulta. Tenia la mente ocupada como suele ocurrirnos a todos despues de despertarnos porque todavia estamos en medio de una ensonacion.
La diferencia entre todas las otras veces que se desperto y esta radica en un punto bastante curioso, esta vez existia el espacio mental para anadir otra ensonacion distinta; de este sueno sin embargo, tambien quiso hacerme participle y me ha pedido que escriba la historia aunque he de decir que en mi cabeza (desgraciadamente, a diferencia de la suya) solo existen retazos, flashes de las imagenes que podrian componer una historia. Me ha pedido que cuente un cuento acerca de reflejos, de luces que iluminan a la gente a lo largo del dia, en los lugares communes por donde todos pasamos. A diferencia de muchos de nosotros, ella se fija en estas cosas y despues la mente le conduce a hilos mentales, nocturnos, con vericuetos, culebreando como meandros de rio. Eso es lo que ocupa la mente de mi Vera mientras duerme a mi lao.
Como dije anteriormente, se fija en innumerables detalles que nos rodean: por ejemplo, cuando estaba en la estacion se fijo en la composicion formada por los viajeros y las gotas de lluvia, el juego de luces, los diferentes colores que atravesaban los ventanales y el vidrio que se encuentra en los vagones, en los tuneles que llevan a los apeaderos, la mezcla de luz amarilla y el azul del imsonio que le da a todo ese aspecto irreal y fantasmagorico a los espacios abiertos en este país.
Luego dibujó, de memoria también, el tránsito de las personas alrededor de la escalera de caracol, serpeteante, de la estación mientras los transeuntes distraidos en sus cosas de diario, se iban perdiendo en datos de dias, fechas, horas de posibles reuniones o incluso citas a las que estaban asistiendo. La cuestión es que lo dibujó, le dio forma a ese movimiento y lo plasmó en un pequeño cuaderno, uno de mano que estaba revoloteando dentro de su bolso. Cuando terminó de dibujar, todas aquellas siluetas dieron paso a un edificio de gente con prisa, vestida de blanco, hablando sobre la forma en que la materia se fatiga con el paso del tiempo, de los distintos estados por los que atraviesa el cuerpo de un enfermo y cómo aplacar lo inevitable. Trazó todo eso y me lo dió, lo compartió conmigo.
Del otro lado de la ciudad, en la dirección en que late el tráfico, yo iba escuchando la radio a bordo de un tranvía, observando también, las caras y las historias de la gente de mi alrededor, escuchando las noticias de una tierra extraña que otrora fue mi casa, que siempre será mi casa y donde, curiosamente, la luz es otro estado de la materia también, en cualquier caso, es parte de mis recuerdos como información de un cuaderno aéreo de bitácora. Ahora que lo pienso, existe una contradicción en el uso del tranvía y en su naturaleza. En este mundo tan poblado de máquinas y hombres, la línea recta nunca lo es; en el mejor de los casos como las de las manos, es ciertamente algo curvada, incluso por la leve desviación de la curvatura de la tierra que al ser tan grande, nos miente y nos dice que es plana, es el privilegio de los que son más grandes que nosotros, pueden mentirnos y nosotros inventamos una explicación para creerles. Por tanto, la linea horizontal no existe, es una invención puramente humana, sin embargo, nos hace sentir bien, nos inventamos cosas que son rectas, que son horizontales, nos dan estabilidad, nos recuerdan y nos hablan de la permanencia, esa extraña cualidad que no existe en ninguna parte de la naturaleza y que se ha materializado en forma de átomos danzantes en la mente de organismos que son conscientes de su propia existencia (o que al menos se la plantean). El punto álgido de la existencia, ese eterno movimiento en un mar vasto y aparentemente calmo, es precisamente ese, el fantasma que intenta perpetuarse en el espacio, la presencia constante, el recuerdo de los contornos de lo que fuimos, en otras palabras, la eternidad. Era lógico entonces que nuestra vida se defina en términos de líneas: intentamos hacerlo todo de forma lineal, siguiendo la secuencia acordada de lo que debe ser una vida, hilvanando todos los sucesos ocurridos con el hilo del costumbrismo.
El miedo viene cuando se acaba el hilo, cuando escasea el sedal y no nos queda nada con lo que seguir midiendo el vacío, sin conseguir acumular el espacio en nuestras manos. De repente, ya no nos quedan más líneas que seguir, solo luz, solo la iluminación de lo que es, quizá podríamos tejernos una red imaginaria desbordando a la realidad pero hace tiempo que perdimos la capacidad de soñar, todo es y debe ser tangible, como escuche una vez en una canción de Drexler, en este mundo lo que no es presa es baldío. Así pues, descendemos otra vez a lo conocido, a las palmas de las manos extendidas, con surcos que conocemos, a las líneas que nos inspiran confianza y que queremos seguir. Llamamos línea horizontal a la que lo parece y por aclamación popular alcanza su nueva dimensión, sin ser muy conciente de haber sido entronizada por extraños, al conjunto de desayuno-transporte-trabajo-comida-trabajo-transporte-cena le llamamos día que es una acepción lineal de algo que al final acaba siendo cíclico y entonces por arte de transustanciación lo que habíamos heredado como abierto y manufacturado como cierto, se nos acaba escapando de las manos. Parece como si el Dios de las pequeñas cosas, al ser tomado en serio, escapara y fuera dejando tras de sí un reguero de indeterminación, de confusión, o mejor aún, de grasa como si de la piel de un pez que no conseguimos atrapar se tratase. Es exactamente el mismo tipo de huida que la cordura hace de un hombre sabio. Al fin y al cabo, somos como meras gotas de agua en el mar inmenso e indescifrable que nos rodea.
Todo esto sería perfectamente asumible y no causaría ningún tipo de dolor, si no fuéramos tan obstinados en la mareante tarea de tratar de tomarse todo en serio. De ahí es de donde surgen las únicas lineas verdaderamente horizontales: las que están resquebrajando nuestras frentes y bocas.
Luego dibujó, de memoria también, el tránsito de las personas alrededor de la escalera de caracol, serpeteante, de la estación mientras los transeuntes distraidos en sus cosas de diario, se iban perdiendo en datos de dias, fechas, horas de posibles reuniones o incluso citas a las que estaban asistiendo. La cuestión es que lo dibujó, le dio forma a ese movimiento y lo plasmó en un pequeño cuaderno, uno de mano que estaba revoloteando dentro de su bolso. Cuando terminó de dibujar, todas aquellas siluetas dieron paso a un edificio de gente con prisa, vestida de blanco, hablando sobre la forma en que la materia se fatiga con el paso del tiempo, de los distintos estados por los que atraviesa el cuerpo de un enfermo y cómo aplacar lo inevitable. Trazó todo eso y me lo dió, lo compartió conmigo.
Del otro lado de la ciudad, en la dirección en que late el tráfico, yo iba escuchando la radio a bordo de un tranvía, observando también, las caras y las historias de la gente de mi alrededor, escuchando las noticias de una tierra extraña que otrora fue mi casa, que siempre será mi casa y donde, curiosamente, la luz es otro estado de la materia también, en cualquier caso, es parte de mis recuerdos como información de un cuaderno aéreo de bitácora. Ahora que lo pienso, existe una contradicción en el uso del tranvía y en su naturaleza. En este mundo tan poblado de máquinas y hombres, la línea recta nunca lo es; en el mejor de los casos como las de las manos, es ciertamente algo curvada, incluso por la leve desviación de la curvatura de la tierra que al ser tan grande, nos miente y nos dice que es plana, es el privilegio de los que son más grandes que nosotros, pueden mentirnos y nosotros inventamos una explicación para creerles. Por tanto, la linea horizontal no existe, es una invención puramente humana, sin embargo, nos hace sentir bien, nos inventamos cosas que son rectas, que son horizontales, nos dan estabilidad, nos recuerdan y nos hablan de la permanencia, esa extraña cualidad que no existe en ninguna parte de la naturaleza y que se ha materializado en forma de átomos danzantes en la mente de organismos que son conscientes de su propia existencia (o que al menos se la plantean). El punto álgido de la existencia, ese eterno movimiento en un mar vasto y aparentemente calmo, es precisamente ese, el fantasma que intenta perpetuarse en el espacio, la presencia constante, el recuerdo de los contornos de lo que fuimos, en otras palabras, la eternidad. Era lógico entonces que nuestra vida se defina en términos de líneas: intentamos hacerlo todo de forma lineal, siguiendo la secuencia acordada de lo que debe ser una vida, hilvanando todos los sucesos ocurridos con el hilo del costumbrismo.
El miedo viene cuando se acaba el hilo, cuando escasea el sedal y no nos queda nada con lo que seguir midiendo el vacío, sin conseguir acumular el espacio en nuestras manos. De repente, ya no nos quedan más líneas que seguir, solo luz, solo la iluminación de lo que es, quizá podríamos tejernos una red imaginaria desbordando a la realidad pero hace tiempo que perdimos la capacidad de soñar, todo es y debe ser tangible, como escuche una vez en una canción de Drexler, en este mundo lo que no es presa es baldío. Así pues, descendemos otra vez a lo conocido, a las palmas de las manos extendidas, con surcos que conocemos, a las líneas que nos inspiran confianza y que queremos seguir. Llamamos línea horizontal a la que lo parece y por aclamación popular alcanza su nueva dimensión, sin ser muy conciente de haber sido entronizada por extraños, al conjunto de desayuno-transporte-trabajo-comida-trabajo-transporte-cena le llamamos día que es una acepción lineal de algo que al final acaba siendo cíclico y entonces por arte de transustanciación lo que habíamos heredado como abierto y manufacturado como cierto, se nos acaba escapando de las manos. Parece como si el Dios de las pequeñas cosas, al ser tomado en serio, escapara y fuera dejando tras de sí un reguero de indeterminación, de confusión, o mejor aún, de grasa como si de la piel de un pez que no conseguimos atrapar se tratase. Es exactamente el mismo tipo de huida que la cordura hace de un hombre sabio. Al fin y al cabo, somos como meras gotas de agua en el mar inmenso e indescifrable que nos rodea.
Todo esto sería perfectamente asumible y no causaría ningún tipo de dolor, si no fuéramos tan obstinados en la mareante tarea de tratar de tomarse todo en serio. De ahí es de donde surgen las únicas lineas verdaderamente horizontales: las que están resquebrajando nuestras frentes y bocas.
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