DESBLOQUEA TU ESCRITURA - EJERCICIO NO. 5 - TODO VA SOBRE RUEDAS
Desbloquea
tu escritura
Ejercicio
no. 5 – Cuatro fases en cuatro días
Localizaciones:
El polo
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Un correccional
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Una mansión
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Un bar de piratas
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Un edificio antiguo
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Una biblióteca
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Una montaña
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Una noria
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Una tormenta de nieve
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El
fondo del mar
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Una laguna
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Un barco
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Un sanatorio
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Un tren
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Un puente
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Objetos:
Linterna
|
Un puñal
|
Una ensaladera
|
Rueda
de coche
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Un río
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Una bombilla
|
Llave inglesa
|
La estatua de la libertad
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Un snorkel
|
Coche rojo
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Una luz de emergencia
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Un traje de buzo
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Luz
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Un guante
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Una corbata
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Casco
|
La visera de un traje espacial
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Un banco verde en un parque
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Personajes:
Un
perro con un parche en un ojo
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Un indigente con mucha barba y un
sombrero roto
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Un paracaidista
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Un especialista de cine
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Un vendedor de perritos calientes
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Un viajero
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Un cazarrecompensas
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Un troglodita
|
Un matarife
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Un piloto de Formula 1
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Un piloto de helicóptero
|
Un corredor
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Un futbolista exhausto
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Una rana
|
Una princesa
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TODO VA
SOBRE RUEDAS
Edmund era un
perro pastor islandés. Su dueño, Magnus y él eran naturales de
Kopavogur, cerca de Reykjavik.
Edmund
tenía siete años cuando lo llevaron por primera vez a visitar alta
mar. Por el sitio en el que se había criado, conocía el ambiente
marino: el sonido de las olas del mar, el aire con olor a sal, las
rocas resbaladizas y llenas de verdina,
a las que su dueño no le permitía subirse y por eso lo hacía
cuando él no miraba. Ésa familiaridad y ser el acompañante de un
geólogo enfrascado en el estudio del fondo marino, le llevó a ser
el representante de su especie que llegó más profundo.
Además
del origen y su gusto por la costa, Edmund poseía otra peculiaridad:
le faltaba un ojo. Iba a todos sitios luciendo su parche con su cruz
azul y roja mientras conducía el ganado al establo. En el trozo de
tierra donde pastoreaba:
brotaba hierba fresca,
había una verja de madera podrida que había estallado en algunos
sitios, la cual Magnus se encargaba de remendar periódicamente y
otro pequeño detalle más, una rueda de coche abandonada. Mejor
sería decir que
estaba
olvidada allí.
Aquel objeto llevaba casi un siglo en aquel lugar y nadie se había
atrevido a moverla, pues Edmund se ponía nervioso cuando alguien
intentaba acercarse para cambiarla de sitio. Recogidas las ovejas, su
pasatiempo favorito era sentarse con su dueño al calor del hogar.
Un día,
mientras caía una gran tempestad, Magnus advirtió que Edmund no
estaba junto a la chimenea y al comenzar a fregar los platos pudo ver
cómo la silueta de su compañero se recortaba sobre el borde del
terreno, lo cual le extrañó. Se acercó a buscarlo. A la carrera,
se colocó el chubasquero mientras llegaba donde el perro. Éste se
hallaba estático. Su rigidez y silencio no eran normales. Había
algo raro en su parche que parecía abultado. Le retiró el trozo de
plástico y vio un objeto extraño dentro de la cuenca. Con gran
reticencia, metió uno de sus dedos para retirarlo al tiempo que
cerraba los ojos, tratando de recuperarla a través del tacto. Edmund
no se movió. Seguía rígido. De repente, la oscuridad dio paso a
una claridad tenue en la mente de Magnus y vio lo que su compañero
contemplaba. Allí, frente a ellos, se encontraba una mujer de rasgos
angulosos, labios delicados y rosados, de cabello largo por debajo de
los hombros y por demás pálida y vestida con un largo delantal
blanco y una falda marrón. La figura estaba en actitud de
relajación, sin una sola gota de agua sobre su ser. Cuando se sintió
observada por ambos se deslizó a su lateral y se tiró por el
barranco. Magnus, trató en vano de agarrarla. En ese instante,
volvió en sí después de haber sacado su falange de la órbita de
su compañero y vio que estaban solos. En su mano había una piedra.
Se acercó al límite y pudo ver que allí no estaba la mujer. Magnus
se rascó su barba rubia y mientras miraba la roca, intentaba
entender qué había pasado.
Días después y
tras consultar todos los registros locales, confirmó lo que ya
sospechaba: el fragmento pertenecía a la isla. Intrigado por su
origen, se aproximó nuevamente al abismo y en medio de la lluvia que
caía en aquel momento, pudo ver un riachuelo que se formaba junto al
neumático e iba a desaguar a una cala donde había una veta que
formaba una pequeña plataforma sobre la arena y se internaba en el
océano. Edmund, que se colocó al lado de su dueño, comenzó a
ladrar en aquella dirección. Magnus dudaba de si la piedra no
pertenecía a esa formación. Así que lo dispuso todo para bajar al
día siguiente. Al llegar, observó con más detenimiento la
naturaleza geológica de aquella dársena pétrea y pudo comprobar
que era el mismo material. Quizás la mujer y la piedra tenían algún
tipo de relación. Entonces, encontró una brecha en aquel macizo que
contenía algo que brillaba. Pasó sus manos y su lupa por encima de
la hendidura y pudo comprobar que fuera lo que fuese lo que refulgía,
había quedado incrustado de alguna forma pues no podía encontrar
nada parecido en el resto del peñasco. Entonces tuvo una idea. En la
ocasión anterior cuando tocó en la cuenca de su mascota tuvo una
ensoñación con aquella extraña mujer, tal vez ahora podría
descubrir algo más de aquel área. Así que repitió la operación y
cerró los ojos. Pareció que el tiempo se condensaba. Surgiendo de
lo alto del precipicio vio un coche caer ladera abajo, ante lo que
hizo el gesto instintivo de protegerse, tras lo cual el vehículo se
estampó sobre la roca quedando incrustado parte del parachoques. La
máquina se arrastró sobre la superficie hasta hundirse cual barco
herido y detrás de ella divisó los ojos de la mujer de tez pálida,
mirándole fijamente al tiempo que descendía hacia el fondo. Aquella
visión término de helarle la sangre. Volvió a recuperar la
consciencia y casi sin resuello echó mano de la pieza que le había
llevado hasta allí. Ahora lo entendía: procedía del fondo de
aquellas aguas.
Tras
el incidente, Magnus decidió inspeccionar la rueda y llegó a la
conclusión que debía pertenecer a anteriores propietarios de la
tierra. Investigó acerca de los ocupantes previos e identificó a la
hija de unos granjeros, de nombre Eir, como la mujer que había visto
al borde del acantilado. Al parecer, se había esfumado sin dejar
rastro. Nunca volvieron a verla. Esta fue la explicación de que
Edmund, un pastor islandés de siete años al que le encantaba la
costa y llevaba un parche con una cruz azul y roja en un ojo, acabara
en el fondo del mar. A las profundidades, podría haber ido él pero
prefirió colocar una cámara en la órbita de Edmund y bajarle con
un batiscafo. Así fue como perdida en el mar,
encontraron la carrocería de un coche con solo tres ruedas. Dentro,
el ocupante cuyo pelo ondulaba con el sutil movimiento del agua era
una mujer,con falda marrón y delantal de un blanco fantasmal. En
una de sus orbitas había una piedra redonda y densa como la que
Magnus encontró bajo el parche de Edmund.
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