EL ABUELO LA ABUELA EL TITO Y LA CALLE






EL ABUELO LA ABUELA EL TITO Y LA CALLE




     Hola a todos, he estado unos dias por España para visitar a mi familia que no lo esta pasando muy bien en estos momentos por problemas de desconexión. Yo sé que así dicho es un poco difícil de entender pero voy a tratar de explicarlo. No me refiero a quedarse sin conexión wifi o no ser capaz de meterse dentro de una red, es algo mucho mas sutil, tan sutil como la diferencia entre escribir en tu país o hacerlo en el extranjero. Todo lo que rodea a una creación cobra importancia en el bello arte de existir y después desenvolver lo que nuestras entrañas producen; por ejemplo, en este preciso instante la lluvia ha dejado de golpear las ventanas de este tren que me lleva hasta el corazón (un Sevilla-Madrid) y ha dado paso a un sol incipiente pero prometedor, un sol de invierno y tan bien aparecen en el paisaje cumbres recubiertas de nubes como si de un pastel se tratase. La desconexión consiste en el gris y mecánico arte de no darse cuenta de esos preciosos y minúsculos detalles que recubren esa material consistente (no podría ser de otra forma) a la cual llamamos realidad.
     
     Me gustaría obviar, algunas veces, las ocasiones en las que desgraciadamente nos invade, porque nosotros no la llevamos dentro (estamos programados genéticamente para ser felices), el desinterés o la desidia de otras personas (en el mejor de los casos) o incluso la absoluta falta de humanidad o respeto en otras. En ocasiones como ésta, nos damos cuenta de que la violencia no se genera ni se ejecuta de una forma ordenada ni organizada y, por supuesto, no sirve a ninguna meta ni loable ni despreciable, no os engañéis, simplemente no sirve. Yo hoy estoy violento (ayer lo estaba aún más) y no puedo ni quiero obviarlo tampoco, cuando tienes un problema el primer paso es reconocerlo, aunque suene a panfleto muy manoseado. La cuestión es qué hacer con esa violencia, porque lo mas sencillo sería expulsarla del cuerpo en forma de grito, patada, empujón, puñetazo o cualquier otra manifestación que se nos pueda ocurrir y que ya hayamos presenciado anteriormente, desafortunadamente tenemos muchas ocasiones para verla, en muchas de sus formas y en muchos sitios pero qué hay de otras formas de expresarla. Hoy, por ejemplo, me estaba fijando en los charcos, en las sendas (son tan chicas que no llegan ni a camino), en definitiva, en todos los pequeños accidentes geográficos que afloran en nuestro rededor cuando la lluvia o la nieve o cualquier otra cosa que haga acto de presencia de forma irregular acontece y estaba entendiendo la complejidad pero a su vez la simpleza de los actos cotidianos. Me refiero con esto a que una sola gota de lluvia, cayendo y estallando posteriormente sobre el suelo, tiene más información valiosa que un cuadro de balance de gastos o una revisión de negocios cuatrimestral, en cualquier caso, esa colección de datos es también una gota insustancial en el complejo del espacio y el tiempo que nos delimitan, es decir, no tienen ningún sentido ni el dato (por carecer de entidad propia) ni la secuencia (por abstraernos de la existencia del dato). Echadle la culpa, como siempre, a la falta de consciencia. Esa es nuestra desconexión más triste, el no comprender la extensión de nuestro presente. Aunque parezca mentira, el ser, es decir, estar presente al momento elimina esa posibilidad, el acto de observar es uno de pura consciencia.
     No sin pesar debo decir que, en estos momentos, me hallo en uno de esos momentos de escasa lucidez mental, por estar embarcado en una dialéctica mental acerca de la violencia que ejercería si pudiera y contra quien la haría, de los problemas derivados de mi situación en esta sociedad (incluso aunque la crea extraña) y, por supuesto, de los miedos perennes y acuosos que inundan mi mente cuando me descuido; es curioso, como mi cerebro no asimila las malas noticias sino cuando esta en contacto con la fuente, es una pena estar tan perdido. Uno cree que lo que ve en los medios no existe (leeros el artículo sobre la credibilidad) o incluso que eso está al final de esta sociedad y que en realidad es la larga mano de la mala suerte la que va tocando a los que le ocurre esto. Sin embargo, la realidad es bien distinta, los malos tratos, las epidemias, los robos, las muertes y toda esta clase de eventos ocurren y no muy lejos. Lo malo es cuando te das cuenta de que están ahí, cuando eres consciente y partícipe de la desconexión antes citada. Es algo que no te deja impasible y, en mi caso, el polo opuesto a la inactividad ha sido, en este ejemplo, la rabia y la impotencia. Los justos sufren por la incomprension de los instruidos para ser cobardes y los cobardes lo hacen durante toda su cobardía.

     Pero siempre se puede mejorar. Ojalá no tuviéramos ni hubiéramos llegado a esto, ni como individuos ni como especie, pero lo pasado, pasado está. Ahora es tiempo de reconstruirnos, de admirar y de ver en lo que queremos convertirnos, de extender y tomar consciencia de toda la longitud de nuestra osamenta y de reconocer lo bueno, lo que nos hace bien y lo bello en donde está, de agarrarse a la mano del que te quiere y te la tiende. En definitiva, como dicen los Monty Phyton, de mirar el lado brillante de la vida (o en su defecto, por lo menos el de la muerte, pero siempre positivos).

     El abuelo, la abuela, el tito y la calle son personas y lugares que existen, cobrando vida cuando el acto de la vida misma los señala, nos marca y nos muestra, por unos momentos, la dirección de esa felicidad genética.

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