LA CONEXIÓN
LA CONEXIÓN
Quiero poneros en situación pero no sé si lo conseguiré. De este tema, ya he hablado antes pero ha saltado a mi mente ultimamente por culpa de un amigo con suerte exigua por el momento. ¿Habéis sentido vuestra piel latir alguna vez?.
Me refiero a esa sensación, a lo largo del cuerpo, los repullos, los escalofríos cuando por fin somos conscientes y sentimos hasta donde llega nuestra osamenta. Ese frío, en momentos de miedo o fascinación por partes iguales. A eso me refiero. La otra imagen que me asaltó (lo viene haciendo) durante los últimos días es la de un hombre vestido vagamente, casi desnudo, apoyado sobre la colcha de una cama o un cojín y también concentrado y consciente de su tacto. Este hombre lleva unos cascos grandes y negros en la cabeza lo que le hace parecer la Dama de Elche o la princesa Leia de las primeras entregas de la guerra de las galaxias y coge el extremo que se conecta, el jack, con sus manos. Lo sostiene, un poco curioso, sorprendido por el peso (liviano) del saliente mientras sus ojos se mueven lentamente por debajo de sus cejas pobladas, de un lado para otro sin un destino definido, posándose sobre todos y cada uno de los objetos que tiene delante. Sólo unos segundos dura su atención, lo cual le hace desviarse de su tema, ha perdido el hilo mental y tiene que volver finalmente, una y otra vez atrás a hilar el discurso. Aunque su camino mental es suave pero intrincado, una idea se mueve, merodea como un meandro que va perezosamente al mar, a lo largo de su cabeza: conectarse o no.
La idea me la dio un amigo. Al parecer en un estudio realizado sobre una comunidad residente en Estados Unidos, que conformaba un grupo con fuertes enlaces entre cada uno de sus integrantes, se investigó y comparó su esperanza de vida con la media del país y al parecer era más larga en el colectivo con una buena cohesión (comunicación/enlace) interna. Concretamente y después de bucear en internet parece ser que la población en cuestión se llama Loma Linda y en relación a la conexión entre sus habitantes, lo que comparten es algo más que la alta edad ya que, por lo visto, la mitad de los naturales pertenecen al mismo culto (la iglesia adventista del séptimo día) y tienen, más o menos, las mismas costumbres en cuanto a alimentación y actividades físicas. Podéis encontrar un enlace a la noticia según BBC aquí (enlace traducido en mi blog aquí).
Esta forma de compartir me hace recordar que hubo un tiempo en el que estábamos más unidos por razones de seguridad, una época en la que la vida humana era más valiosa (aunque sólo fuera en términos defensivos) y de esta reconciliación surgieron hechos y costumbres que aún hoy mantenemos, como el folclore. No conviene tomarse a la ligera esta parte de la historia de un pueblo pues conforma la base de una sociedad y comúnmente es la base no agresiva aunque hay costumbres como tirar cabras desde un campanario o ponerle fuego a un toro en los cuernos con las cuales, nunca estaré de acuerdo. A mí, el folclore me resulta una manifestación y a la vez, una herramienta para entenderse con personas de un ámbito y un trasfondo completamente distinto porque puedo ver las semejanzas y diferencias con el propio y ante esto, uno sólo puede sentir fascinación y ternura. Esta semana, por ejemplo, un compañero de trabajo estuvo compartiendo conmigo retazos de la cultura polaca. Me enseñó de todo: grupos de blues, canción tradicional e incluso de otros países (Croacia, India). Todo esto me hace pensar acerca de la naturaleza humana y su habilidad para elaborar enlaces, conexiones con otras gentes.
En un plan más íntimo esta conexión, en mi opinión, surge de la necesidad de salir de dentro, de la caverna o de esa porción de mente unida a los sentimientos e instintos más ancestrales o primitivos y trascender a un nivel más externo donde compartirnos con el resto de los mortales y por qué no decirlo, dejar de sentirnos solos. Es la piel, por tanto, el órgano más importante porque supone la frontera natural entre lo que nos pasa y lo que pasa. Ese movimiento sensual y erótico de entrada y salida de nosotros mismos compone el intercambio con la realidad y es lo que hace nuestro cuerpo, nuestros bordes latir. El problema de todo esto es que es muy dificil tener la paciencia y la consciencia suficientes (en un momento dado) para pararse y observar esta especie de "ejercicio" de la existencia, esta reducción sistólica-diastólica de Dios; incluso diría que es muy complicado alcanzar una forma, una senda pura y cristalina en la forma de asociarnos a otros "yos". Sin embargo, que a nadie le quede la menor sombra de duda sobre la circunstancia, el hecho de que sólo estamos transitando el camino evidente pues, en este universo, ya estamos todos (y todo) enlazados.
Momentos musicales:
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