ESCUELA DE ESCRITORES - LA ESCRITURA DESATADA - EN LAS SOMBRAS
EN LAS SOMBRAS
La puerta
de la torre se abrió violentamente. Unos pies atravesaron el espacio hasta el
primer escalón como una exhalación. Otros, le siguieron escasos segundos
después. Ambos corredores comenzaron a surcar el empedrado de aquella estancia,
apenas iluminada por el rojo de algunas antorchas mientras sonidos de trompetas
y gritos de hombres afuera, lo inundaban todo. Las armas estaban cogidas al
cinto y les resultaban pesadas en su camino hacia lo más alto. Ese día, por
obra y acción de un valiente, uno de los ejércitos prevalecería.
El primer
soldado en subir, de verde, llevaba en una de sus alforjas la bandera de su
bando, al igual que su contrincante, vestido rojo. Los dos lucharían por izarlas.
Aquello decantaría la lucha centenaria que ambos pueblos habían sufrido. Había
sido una inútil, en opinión del guerrero que llevaba la delantera y se
aproximaba a la última planta pero los acontecimientos lo empujaron a tomar
parte en el conflicto. Era pobre y su única salida (ya que se le daban bien las
armas) había sido luchar por la soldada. En cambio, el perseguidor era harina
de otro costal. Leal y duro como un clavo en un ataúd, mataba con la misma
ligereza con la que cortaba el pan. Era un vasallo al servicio de su señor y
siempre garantizaba al trabajo bien hecho.
Cuando el
último de los escaladores llegó a la planta de destino, cuidó en primer lugar
su flanco asegurándose de que su oponente no estaba tras la esquina. Un juego
de luces y sombras le recibió. Aquel juego de ajedrez que estaban jugando se
ralentizó entonces y sacó su espada de la vaina. Conforme avanzaba
sigilosamente hacia el centro de la habitación, podía oir sólo sus pasos,
engullidos por el absoluto silencio. Una vez situado en el punto estratégico,
paro y permaneció de pie, allí, mientras se concentraba en cualquier cambio
sutil que pudiera advertir. Cerró los ojos. Como si hubiera entrado en otra
dimensión, comenzó a sentir unas leves vibraciones que dieron paso a una respiración
entrecortada que le heló la sangre y pudo identificar también un olor
nauseabundo, ante lo cual se acercó al lugar del que manaba. Era uno de su
bando. Había llegado antes que él y lo habían matado.
El momento
en el que el encarnado se arrodilló para examinar a su
compañero, fue el elegido por el perseguido para atacar. Con un movimiento
rápido, alzó su espada por encima de la cabeza para asestar el golpe definitivo
pero le oyeron venir. Su antagonista se tiró hacia un lado mientras intentaba
rehacerse y poco después, ya estaba en guardia. Entonces, comentó el baile de
posiciones mientras intercambiaban miradas e insultos en un vano intento por
descentrar al adversario. Cruzaron las espadas cuantas veces fueron necesarias
hasta que, a la luz de su destreza, el rojo acabó sitiando y derribando al
verde que agonizó durante unos segundos hasta que le propinaron el golpe de
gracia. Acto seguido, el vencedor desenfundó la bandera de su país y la miró
lentamente. Había hecho su trabajo. Ahora ganarían espoleados por esa pequeña
conquista pero... Eso no llenaba el vacío interior. La estrujó en sus manos
mientras sentía aquel desprecio por si mismo que nunca le abandonaba.
De repente, algo cambió. Rodeado otra vez por el
silencio, sintió aquella tenue vibración en el aire. La respiración había
vuelto. El superviviente se quedó estático, moviéndose lentamente mientras
observaba la pieza desde distintos ángulos. Colocó su espada en posición
vertical al tiempo que, a tientas, intentaba averiguar la localización de aquel
susurro. Una vez llegado a la zona de sombra, alargó el brazo intentando
tantear la pared pero no halló roca. En su lugar, colocó su mano sobre un
hombro, gesto que en otro contexto podía interpretarse en clave de respeto, sin
embargo, en esta ocasión sus ojos se cruzaron mientras se le resbalaba la vida.
Ahora, yacía inerte mientras a la luz del rayo despedido por una de las almenas
la hoja de la daga que había traspasado su corazón era limpiada por su asesino.
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