ESCUELA DE ESCRITORES - EJERCICIO NO. 6 - UN MINUTO PARA LA GLORIA





UN MINUTO PARA LA GLORIA

 


“Minuto noventa. Me interno por la banda. Llego al pico del área y regateo hacia la derecha como hacía Eusebio. Amago con salir por fuera pero me voy hacia dentro. Se acerca Laprovitera, ¡qué pegajoso es!. Se tira al suelo para quitarme el balón. Me adelanto. Prolongo justo en el momento en que hace la entrada. Me derriba. ¡Penalty!. La gente enloquece cuando el árbitro señala el punto de penal y corea mi nombre. ¡SOOOOUSA, SOOOOUSA!. Maldito Laprovitera. Tan sólo tenía que pasársela al “tronquito” y hubiera marcado a placer. Metemos gol en el último suspiro y contrario muerto. Pitido final y campeones de liga. Era así de fácil. Ahora tendré que tirar el penal y para colmo está el Chirola de portero. Tan corpulento como siempre, con su voz grave diciéndome “eres un boludo, portuguesito, ni por chance me marcas”. Maldito Laprovitera. ¿Y si tiene razón el Chirola?. ¿Y si fallo?. La última vez que tiré uno estaba al otro lado del mundo, en verano hacía calor y el portugués todavía era mi idioma. Vale…lo meto y ya está”.

Sousa agarró la pelota y caminó lentamente hacia la mancha blanca. Veía la bola como un minúsculo globo terráqueo, sobrevolado por un avión en miniatura desde Rosario a su Lisboa natal. La última imagen que recordaba de la ciudad era aquella foto junto a su padre en blanco y negro. El dueño de su club, que había ido recientemente por vacaciones, le había enseñado otra instantánea en color y le costó trabajo reconocer el lugar.

“Tras colocar la bola, me doy la vuelta y cojo carrerilla hacia la media luna. Miro a Laprovitera. Está cabreado con el árbitro. Me grita, “si lo fallas, vos serás el más boludo de la ciudad”. Tiene razón. Es el último partido de liga y encima derby. No salgo vivo si lo fallo. Esto me pone nervioso. Los compañeros me miran. Alguno me pregunta si estoy bien. Les guiño un ojo. Me concentro y pierdo la vista en dirección al balón, en su zona de penal. No se sale por ningún sitio, como me gusta. Coloco los brazos en jarra y bajo la mirada. Siento la tensión en las piernas y las medias, caídas. Me agacho y me las subo. Sigo hacia abajo y aprovecho para atarme las botas nuevamente. El Chirola se coloca sobre la línea de meta. Dios, que pite ya el árbitro. Venga…lo meto y nos vamos”.

Sousa se queda mirando al cesped. El color verde le recordó al de los abrigos de los agentes que les pedían la identificación. Sus padres buscaron la forma de conseguir un salvoconducto pues tenían familia en Argentina, en una época en la que los inmigrantes portugueses huían de Salazar. La diáspora se extendió. Dio tiempo a hacer una guerra colonial, volver de ella, a quedar terceros en un mundial y a que Sousa se hiciera futbolista. El miedo de retornar a Portugal se había alejado un poco, por el visa que había conseguido. Pero la amenaza volvió después de una temporada nefasta en la que el cuero no quiso entrar. La renovación estaba en el aire.

“Tranquilo. Céntrate. No pienses en la visa. Corre y tíralo a un lado. Verás como no llega. Está gordo y ya no le para un tiro ni a su vieja. Tranquilo. Mejor miro la bola”.

Sousa se da dos golpecitos en los talones para quitarse la hierba de los tacos. Cada vez que apoya los pies, se llenan de barro, como si la tierra intentara tragárselo.

“Pero….¿y si fallo?. Estos son capaces de echarme y adiós visado, adiós familia y adiós Argentina, hola Salazar y hola cárcel. Joder….venga lo meto y se acabó porque éste… ¿me habrá estudiado?, ¿sabrá que siempre lo tiro con curvita hacia fuera y a la derecha?. Bah, no tiene ni idea, si no sabe ni encender el proyector. Mira que si me lo para el muy botarate, me hace la puñeta. Tío, céntrate. Se te está yendo la cabeza. A un lado y fuerte. Que sea lo que Dios quiera….pero por Dios que entre porque si no…..”.

Justo en ese momento, el árbitro pita y Sousa sale como una bala hacia el punto de penalti sin mirar siquiera al portero.

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