ESCUELA DE ESCRITORES - EJERCICIO NO. 9 - UN CUENTO CHEJOVIANO
EN SUSPENSO
-¿Va a
la planta baja?, preguntó la mujer que acababa de entrar al
ascensor.
-Sí,
respondió escuetamente la ocupante.
La
mujer que respondió afirmativamente se llamaba Leonora. Su nombre
era debido a su abuela que, a su vez, lo arrastraba de otros
antecesores. Vestía un traje clásico, de un rosa intenso, con una
falda por debajo de las rodillas y unas gafas de metal brillantes,
como salidas de un expositor. Cuando
su acompañante se montó, ya sabía qué perfume utilizaba y cómo
se llamaba. Su
palidez, unida a su delgadez y el pelo recogido en un moño, le daba
un aire a secretaria de los años cincuenta.
El
nombre de la recién llegada, podía
averiguarse con sólo mirar a su uniforme. Se llamaba Violeta y era
espigada, de mejillas redondeadas y ojos verdes,
sospechosamente perfectos e intensos. Sus piernas, embutidas en una
malla que oscurecía su color natural de piel, eran musculosas.
Sus zapatos, negros, eran simples pero cómodos, sin tacón. Se
mecía casi imperceptiblemente de lado a lado,
con la mirada perdida y abrazaba una carpeta contra su pecho al
tiempo que mordía suavemente el capuchón de un bolígrafo.
Aprovechando
el despiste momentáneo de Violeta, Leonora siguió inspeccionando a
su compañera.
Mientras ajustaba las
gafas con su dedo corazón, su
mandíbula se tensaba lentamente. El elevador atravesó la parte del
trayecto desde donde podía admirarse el cielo de Madrid y,
en el horizonte,
el sol amarillo
pálido de invierno. Violeta giró
para ver aquella imagen mientras colocaba su mano sobre el cristal y
deslizaba su dedo, tapando
al astro rey. A su lado, Leonora posó sus ojos sobre el regazo de la
otra mujer. Trabajaba para International Co., la misma empresa de su
marido, Alberto. Entonces,
empezó a hilar
recuerdos de mensajes, llamadas perdidas, notas de voz al móvil de
su esposo. Era la amante de Alberto. Los
puños de Leonora se apretaron como si no hubiera un mañana. Sintió
como si le estuvieran clavando miles
de agujas en el cuerpo. El ascensor se paró en seco.
Las dos
mujeres cayeron.
V: ¿Por
qué nos hemos parado?
L: (Con
los ojos cerrados y un hilo de voz) No sé. Puede...que haya algún
problema eléctrico.
Leonora,
todavía
con los puños cerrados, abre los ojos y clava su mirada en Violeta.
L:
¿Trabajas para International Co.?
Violeta
la mira y arquea sus cejas.
L:
Ese nombre aparece en
la portada de tu dossier, dice
dirigiendo su mirada al informe.
Violeta
mira a su carpeta y ríe.
V: Ah,
perdona, tienes razón. Sí, trabajo en esa empresa.
Leonora
se cruza de brazos y mira hacia
el lado opuesto a Violeta. Frunce el ceño, al tiempo que aprieta los
dientes. Después suelta un suspiro y gira su cara hacia el centro de
la cabina.
L: Mi
marido también trabaja en esa compañía. Es el jefe de ventas. Se
llama Alberto. ¿Lo conoces?
Violeta
sin pestañear, comienza
a transpirar. Acaba
de reconocer a la persona que está a su lado.
Embarulla la
respuesta para ganar tiempo.
V:
Sí...sí....creo que....se refiere usted a Alberto Pozas. En
realidad, es mi jefe. Una persona muy competente, sí (desviando la
mirada)…perdone, mi torpeza, encantada de conocerle.... (ofreciendo
su mano).
L:
Leonora (no tomando
la mano ofrecida).
Violeta
siente como su pulso se acelera. Baja la mano. Un silencio se apodera
del habitáculo. El ascensor sigue sin moverse y nadie se ha puesto
en contacto con ellas. Estrecha sus brazos sobre el cuaderno. Su
respiración se vuelve agitada y vuelve a ponerse el bolígrafo en la
boca, mordiéndolo varias veces seguidas.
L: Sabes,
Violeta, creo que mi marido me está engañando. ¿Has sentido alguna
vez esa sensación, la de la traición?
L:
(Grita) ¡Por Dios santo y los doce apóstoles! (abre los brazos y
mira a su acompañante a los ojos) ¡deja ya de hacerte la tonta! Sé
que mi marido me la está pegando contigo.
El color
de piel de Violeta se vuelve aún más blanco.
L: ....Y
me voy a ocupar personalmente de que te despidan por esto....
La
sangre vuelve violentamente
al rostro de Violeta. Sus brazos se
abren y el informe cae al suelo. Los coloca a ambos lados de su
rígido cuerpo mientras se agarra los puños de la camisa.
L: ...No
sabes con quién te has.....
La
espalda de su interlocutora se dobla hacia delante.
V:
(Gritando más alto que Leonora) La culpa es tuya. Lo controlas todo.
No tienes tiempo para nadie. No te importa nadie. ¿De verdad no
sabes por qué ha ocurrido?
Leonora
agarra del pelo a Violeta y se enzarzan en una pelea donde la mayor
parte de los golpes se los lleva la mujer vestida de rosa. El
uniforme de su oponente también queda desgarrado y la chapa con su
nombre yace en el suelo.
El
ascensor se pone en movimiento.
Las
dos procesan lo ocurrido. La mujer con la falda por debajo de las
rodillas, baja la cabeza, asintiendo y pierde su vista mientras apoya
el brazo derecho en su mejilla. La otra está girada contra el
cristal, con la carpeta contra su pecho y se muerde las uñas.
Lágrimas caen de sus ojos, de forma incontenible,
mientras solloza. Leonora rompe el silencio.
L: Tienes
razón. Todo lo que has dicho es cierto (con la mirada vidriosa).
V: (Más
calmada) No. Yo tengo la culpa. Me metí entre dos personas. No sé
en qué estaba pensando.
L:
Entonces, ¿qué vas a hacer?
Suena la
campanilla del ascensor. Se abre la puerta y un hombre vestido
impecablemente, con pelo brillante que responde al nombre de Alberto,
se queda mirándolas.
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