EJERCICIO NO. 11 - DESBLOQUEA TU ESCRITURA - EL APAGON
Escuela de
escritores
Desbloquea
tu escritura
Ejercicio
no. 11
EL
APAGÓN
Conocí a
Eva en una discoteca y unos meses después, ya nos habíamos fugado.
Decía que le gustaba mi nombre. El verdadero es Pepe pero en el
pueblo nos llaman los Mateos. Yo me fui a la primera oportunidad.
Soñaba con ser albañil para ganar pasta levantando tabiques,
haciendo apliques y alguna que otra chapucilla eléctrica. Eva
trabajaba limpiando casas en sus ratos libres y después cuidaba de
sus hijos.
Esto fue
antes del gran apagón. Por aquel entonces, ella vivía con su
ex-marido, un maltratador sin escrúpulos. Eva tenía experiencia en
huir: lo hizo de sitios como el orfanato o la casa de su tía. En el
primero, sería la última de sus hermanos en abandonarlo. En el
segundo, su tía la explotaba solo por no tener a que agarrarse o un
lugar donde caerse muerta. Esa fue la razón por la que se casó con
el imbécil, para salir de la jaula, pero cuando las cosas se
torcían, él le daba a la botella. A partir de ese momento, los
ataques y los insultos comenzarían y ya no desaparecieron hasta el
final.
Ni la
policía ni las denuncias acababan con el infeliz. Por la necesidad
de librarse del acosador, ideamos un plan para librarnos los dos de
aquel malnacido, al mismo tiempo. Yo me encargaría de dar gato por
liebre en el juzgado y meter los papeles que había conseguido (con
alguna que otra ayuda) en los que lo enmarronaban por todo el desvío
de dinero que había hecho desde que empezó a trabajar en su
empresa. Después de esto, tendríamos que salir echando leches de la
ciudad porque el muy cabrón, tenía muy buenos contactos y por eso,
ella iba a perder casa, hijos (uno de ellos sobornado) y una pensión
a pagar, sin tener ni siquiera un trabajo. Había que pensar rápido
y borrarse aún más.
Entonces
ocurrió. Ante la epidemia de ceguera que asolaba la ciudad por culpa
de lo brillante y bonita que era, tanto que literalmente hería a los
ojos del que la mirase, el Alcalde decidió que debía taparse la
localidad con sabanas gigantescas. Al principio, sufrió presiones.
Él quería escabullirse. Los ingenieros decían que podía hacerse
pero todavía se tardaría algún tiempo en producir la tela. El jefe
de todo aquello vivía en aquel lugar desde que nació y no estaba
dispuesto a afearlo pero los médicos también tenían algo que
decir. Lo alertaron de la urgencia de la situación: si no tapaban
los rayos del sol, no quedaría un ojo de turista sano en cuestión
de minutos. Esto provocó que tuviera que tomar la decisión.
Quedaron en cubrir la ciudad para finales de año pero por ahora
recurrirían a internar a la gente en los edificios y echar las
persianas.
La
reticencia del Alcalde a sumirse en la oscuridad se debía a una
razón más antigua de la que podía preverse. Vivió, durante los
primeros años, de forma itinerante en habitaciones sin luz,
escuchando a las ratas deslizarse por las paredes del orfanato. Se
empezaría a forjar su miedo a las tinieblas y la voluntad
inquebrantable que le caracterizaría después. Esto unido a su
capacidad para moverse en la sombra de la legalidad, le hizo llegar a
Alcalde en su ansia de poder. Pero una vez conseguido el objetivo, se
corrompería y a esto le seguiría la traición a sí mismo, a cambio
de mucho dinero.
Por eso,
al encontrar a Eva saliendo del ayuntamiento, recordó cuando era una
persona íntegra. Eva le contaba toda su historia desde que había
dejado el hospicio mientras él no cesaba de mirarla y se comparaba
con aquello en lo que se había convertido. Ella le dijo lo de los
planes para el día del divorcio buscando su ayuda y su antiguo
amigo, al tiempo que callaba, completaba el plan de ésta. Aquella
misma noche, una llamada anónima, avisaría a Mateo del día y la
hora precisos del apagón.
Y llegó
el día de correr las cortinas. Poco a poco, todos los bloques de la
ciudad se habían llenado y las calles se quedaron desiertas. No se
escuchaba ni un alma. Desde la ventana del bufete veíamos el
espectáculo cuando apagaron también las nuestras. La situación se
hubiera solucionado con tan solo darle a la luz, si no fuera por mi
habilidad para chafar instalaciones eléctricas, sobre todo, cuando
no había sido invitado y con la excusa de revisar las instalaciones
del despacho. Entré con mi mono de trabajo y quité los fusibles a
las lámparas de la habitación donde ahora estábamos dispuestos a
firmar. Nos quedamos a oscuras y aprovechando el despiste general,
colé las pruebas del desvío de dinero que el muy cerdo estaba
haciendo. Los presentes no dejaban de murmurar y Eva y yo nos
fugamos. Para cuando se descubrió el pastel ya estábamos lejos, muy
lejos.
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