La guerra invertida
LA GUERRA INVERTIDA
No tengo ganas de escribir.
Mi suegro ha muerto.
Busco la energía alternativa en estos momentos como el Terminator, para escribir estas cuatro palabras en su honor.
Se llamaba Antonio Barateiro. Escribí sangre, sudor y lágrimas por su culpa. Era natural de Proença-a-Nova en la provincia de Beira Baixa y Mayo no le sentaba bien. Lo dicen la viuda y sus hijas. Fue cuando partió al infierno, la guerra colonial, en sus propias palabras. También falleció en el mismo mes.
Antes de irse, escribió su historia en ciento y pico páginas. El diario de aquel horror que nunca se atrevió a desglosar frente a su familia. Era demasiado. A mí, me comentó de pasada alguna de las atrocidades, cosa que no hizo sino confirmar lo sospechado, que este tipo de conflictos están cortados por un rasero idéntico. No importa el país. Hombres jóvenes, mandados a tierra extraña, para la defensa del terreno que nunca les perteneció, cual deuda de sistema capitalista, en virtud a una serie de ideales que puede que no tuvieran (y si los tenían se perdieron en el camino), bajo la dirección desde la metrópolis, de oficiales que hacía tiempo que no recordaban el sonido de un disparo. Mientras tanto, en su sillón, mano sobre mano, el político de turno, el dirigente (en este caso, Salazar) se miraba el ombligo en busca de la última pizca de soberbia con la que salvar el día a la nación, mientras preparaba las palabras con que explicar como cientos de miles murieron y dejaron un agujero generacional por el que desagüó su futuro. El verdadero drama es que esto es lo común.
Hablaba con Ceu (su viuda) que no por menos peligrosa, la situación del coronavirus tiene sus semejanzas. Estamos en una situación bélica. Nos guste o no. Y conste que no lo digo por los muertos. Vistos desde las alturas son como hormigas, no importaban antes y ahora no es distinto. Hombres viejos mueren lejos de su casa, apegados a un terreno que nunca les perteneció, inmersos de lleno en la deuda capitalista (economía en diferido como el brillo de las estrellas) en virtud a una serie de ideales que ya nadie se traga, bajo la dirección desde la metrópolis gubernamental, de oficiales que no se acuerdan de cómo se siente al andar con un par de botas por la calle. Mientras tanto, inyección tras inyección de desinfectante, el político de turno, el dirigente (en este caso, Trump) se mira el ombligo en busca de otra pizca de soberbia con la que día a día se dirige a la nación, mientras prepara las palabras con que explicar como cientos de miles mueren y dejan un agujero emocional por el que desagüa la moral de su pueblo.
Parecen sucesos diferentes pero tienen un denominador común. La estupidez. Es la única explicación posible para una sociedad que se mueve en círculos viciosos.
Bienvenidos a la guerra invertida. Llevaban decadas prometiéndonos una cura antienvejecimiento solo que no especificaron el cómo.
Momentos musicales dedicados a Antonio Barateiro:
Guerra colonial
https://youtu.be/565O62wHik0
Luar de Agosto
https://youtu.be/5nMc_F3J9Fg
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