HASTA DONDE LA MENTE LLEGA
HASTA DONDE LA MENTE LLEGA
Confieso que en algunas ocasiones no sé qué esperar de esta vida. La penúltima de mis frustraciones ha venido delimitada por una sequía que ni siquiera presentía. En mitad de toda la invasión de números de letras y demás signos que podemos observar en el mundo (y a diario), me he encontrado enquistado en el momento. Es una de esas breves pausas, en las que tu cerebro no te manda señales o si lo hace es de una forma tenue. Se dedica simplemente a registrar encuentros y almacenar imágenes pues en realidad, con el pensamiento pasa como con el corazón, tiene su propio movimiento de engrandecimiento y compresión, de tal forma que se mantenga el discurrir mental.
Me ha resultado muy curioso que aún a día de hoy, me proponga "retos" o podíamos llamarlos etapas que quemar para con el espacio que alguna vez habité y hoy extraño. Es público y notorio para todos los que me rodean que no he caído de pie en este sitio pues el perfume de lo que una vez fui, me sigue acompañando a todos sitios, aún cuando es claro que ya no desprendo la misma esencia. Si la tierra fuera negra aquí, yo lo sería también y si no dejara de llorar o simplemente extraviara la alegría, a mi me pasaría lo mismo. Es lo que tiene haber habitado en el mismo lugar durante tanto (el necesario) tiempo. Pero no deja de sorprenderme. Las muestras de afecto, las mismas caras que antaño vi, las que fueron objeto de mi devoción y mi calvario. Esas siguen ahí y además de una forma completamente expuesta, jugando a juzgar, simplemente existen. Ahora me doy cuenta que lo bueno o lo malo de lo que tenían venían del juicio que hacía, aunque me pese el reconocerlo.
Me fui, en las ocasiones anteriores, de este país con pesadumbre. No era capaz de habitar en paz y por esto, tenía lugar mi sufrimiento. Después de perderme en rostros de mujeres que me quitaron el aliento y me redujeron a una pulpa de sentimiento y decepción (para conmigo mismo); de herirme e infringirme la peor de las heridas por abandono y falta de amor propio hasta el punto de reducirlo todo a un solar donde volver a edificar, me tuve, por tanto, que volver a inventar (como tantas otras veces). Pues ahora, resulta que no. Donde había sufrimiento, ya no lo hay y donde había una pasta asfixiante de mediocridad y pena, éstas se acabaron. Ahora son sólo un fantasma del pasado, uno que se esconde más que nada y sólo se muestra si mi voluntad es magnánima aquel día porque he perdido mi capacidad para encajar, no en este sitio si no en aquella nostalgia que ya no me afecta. En su lugar, veo gente reducida a lo que en realidad son, gente de carne y hueso que llegan hasta donde les es posible. Yo también soy así. Aunque esforzado y lleno de un ego que inunda mucho de mi existencia, aún estando en el ambiente en el que (por lo visto, en las mentes locales) tienen lugar las grandes gestas, esto es, el extranjero, me veo rodeado y acaparado por esta realidad que me dice que me hago un poco más viejo cada día y que mi límite me es exiguo. No lo tengo. Ojala pudiera decir que lo intuyo o que soy realista al respecto, de ahí el sufrimiento. Por mucho ego u orgullo o incluso impulso que quiera desarrollar, no soy más que una persona normal al que le ocurren las cosas que son normales a nuestro tiempo, en un plazo normal y un ambiente normalizado. He aquí el drama porque yo nunca quise que fuera así.
Y ahora me iré. Partiré, sin esa pizca de épica que solía cauterizar aquella herida (la de faltar) y me reuniré con la mujer a la que amo, con la que he descubierto que el amor es tan cotidiano como cualquiera de nuestros músculos es a nuestro cuerpo. Con la que he explorado las entrañas del instante, desflorado el jardín salvaje de la incapacidad y el infortunio, dejando un paisaje que nunca creí posible, uno de campos infinitos, verdes e infinitos, como los de aquella que es mi segunda casa y la tierra adoptiva en la que me encuentro. Ahí está la marca a la que llega mi mente. Salí de un bosque pastoso de sustos, asfixiante, negro y espeso como la boca de un pozo de petroleo en el centro de la tierra para avanzar por los caminos más abiertos y clareados hasta encontrarme en la inmediatez del momento. Ahora lo único que tengo que hacer es darme cuenta de que estoy lleno de luz. Bueno, eso, hacerme unos cursos de escritura y convencer a mi John Alder de que la suya es una historia con un punto de inflexión.
¿Que haríamos los españoles sin nuestro rocinante, nuestra lanza y nuestro campo sembrado de molinos?. ¿Qué haríamos, eh?.
Momentos musicales:
She moved through the fair
Quijote y Sancho
Punto de inflexión
Años 80
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